Volvía Samuel y se despedía Pepín Liria, torero con una hoja de servicios más que impoluta en Madrid. Se hizo sentir pronto que la tarde era del murciano. Antes, durante y después. Con tres ovaciones fortísimas. Una, nada más abrirse el portón de cuadrillas, otra al finalizar el paseíllo, y la última, la más fuerte, cuando Liria acabó con Sangrecita, su última labor en Las Ventas. Emotiva como pocas.
Mientras Pepín se llevaba la montera al corazón en señal de agradecimiento, el toro se arrastró bajo una fortísima pitada. Cruce de caminos. No lucieron los Samueles en el adiós. Se esperaba mucho más, a buen seguro que Pepín también. Como en Sevilla, no estuvo bien tratado en el adiós. Una sola tarde, con ganado de no las mejores garantías, no era lo propicio para una trayectoria tan honrada en Madrid.
A la corrida en conjunto le faltó raza. Y fuerza. Hace varios lustros los Samueles eran garantía de un gran espectáculo. De un tiempo a esta parte, no. El espejismo de Albacete hizo recuperar ilusiones en una ganadería con historia e historial de triunfos. Se descalabró la cosa en el inicio. Los dos primeros, con el veterano hierro de López Flores, regresaron a los corrales, inválidos ambos. Uno no llegó siquiera a ser picado antes de que el pañuelo verde asomase en el palco.
Eran dos toros de fuertes cornamentas. Bajos, muy bajos, pero terroríficos por delante. Cortos de manos, llevaban leña para pasar un invierno. El tercero, el mejor hecho y proporcionado de la corrida, fue el de mayor nota. Con menos cara que los dos precedentes, tuvo tranco y buen son. Muy noble. Había que tirar un punto de él, y no terminó de cogerle el punto Serranito, que dejó muletazos de muy alta nota, pero sueltos.
A esa faena le faltó ligazón y la distancia justa. Mucho tiempo muerto entre serie y serie, con el ritmo de paraguas y chubasqueros abriéndose bajo una fina lluvia. Sonó un aviso antes de entrar a matar, y aún con buenos muletazos en redondo, bajando la mano y muy suaves, o algunos naturales a pies juntos de buen son, pareció que el toro tenía mucho más.
Los dos remiendos pertenecían al mismo dueño: Fernando Peña. Con dos hierros y dos líneas distintas. El primero, con el nombre del titular, de la línea Núñez, tuvo problemas. Se movió pero con feo estilo. Demasiado mirón y andarín. De los de no estar ni dejar estar tranquilo. No lo estuvo Esplá, que tampoco pasó apuros. Le anduvo al principio y después se puso ligero. Sin asentarse, el toro reponía mucho.
El segundo, con el hierro del Jaral de la Mira, de procedencia Ibán fue toro encastado y de buen son, que no fácil. Presentó pelea el animal, que sin embargo metió la cara. Liria tiró de oficio y le dio sitio antes de terminar con él en los tendidos de sol, donde tantas faenas ha firmado en Madrid. Pepín expuso, echó la muleta adelante y se vivió una labor emotiva y en algún punto tensa. Puro Pepín, torero honrado. Mucho toque, mucho aguantarle y algunos muletazos buenos. En la media altura la mayoría.
La segunda parte de la corrida se fue hundiendo en un pozo sin fondo. El cuarto, muy alto, parecía un caballo. Muy distraído, manso de inicio, fue lidiado por la cuadrilla de Esplá. Le costó entrar al caballo y el alicantino apostó lo justo por él. En el tercio, lo pasó por ambos pitones. Le censuraron la colocación y el tiempo que pasó con un animal que no decía absolutamente nada.
El toro de la despedida de Pepín tuvo el mismo son. Muy bajo de raza, sin celo, parecía un mulo. Liria lo intentó entre censuras y protestas. Cuesta entender muchas veces a los mismos de siempre. Ni siquiera respetaron una trayectoria. Pepín se puso, el trabajo no fue lucido porque el animal nunca repetía y todo tuvo que ser en el uno a uno. La ovación de despedida, emotiva, puso broche a su carrera en Las Ventas. Con justicia.
Cerró plaza un toro de astifinísimos pitones. Tremenda percha. Espeluznante garfio derecho. Daba pavor hasta en el tendido. Fue otro toro manso, sin fijeza ni raza. Al tendido salió mirando casi siempre. Serranito lo intentó y porfió, pero no había material que rascar. La gente se escapaba por los vomitorios como el agua por los sumideros: a la carrera.
Mientras Pepín se llevaba la montera al corazón en señal de agradecimiento, el toro se arrastró bajo una fortísima pitada. Cruce de caminos. No lucieron los Samueles en el adiós. Se esperaba mucho más, a buen seguro que Pepín también. Como en Sevilla, no estuvo bien tratado en el adiós. Una sola tarde, con ganado de no las mejores garantías, no era lo propicio para una trayectoria tan honrada en Madrid.
A la corrida en conjunto le faltó raza. Y fuerza. Hace varios lustros los Samueles eran garantía de un gran espectáculo. De un tiempo a esta parte, no. El espejismo de Albacete hizo recuperar ilusiones en una ganadería con historia e historial de triunfos. Se descalabró la cosa en el inicio. Los dos primeros, con el veterano hierro de López Flores, regresaron a los corrales, inválidos ambos. Uno no llegó siquiera a ser picado antes de que el pañuelo verde asomase en el palco.
Eran dos toros de fuertes cornamentas. Bajos, muy bajos, pero terroríficos por delante. Cortos de manos, llevaban leña para pasar un invierno. El tercero, el mejor hecho y proporcionado de la corrida, fue el de mayor nota. Con menos cara que los dos precedentes, tuvo tranco y buen son. Muy noble. Había que tirar un punto de él, y no terminó de cogerle el punto Serranito, que dejó muletazos de muy alta nota, pero sueltos.
A esa faena le faltó ligazón y la distancia justa. Mucho tiempo muerto entre serie y serie, con el ritmo de paraguas y chubasqueros abriéndose bajo una fina lluvia. Sonó un aviso antes de entrar a matar, y aún con buenos muletazos en redondo, bajando la mano y muy suaves, o algunos naturales a pies juntos de buen son, pareció que el toro tenía mucho más.
Los dos remiendos pertenecían al mismo dueño: Fernando Peña. Con dos hierros y dos líneas distintas. El primero, con el nombre del titular, de la línea Núñez, tuvo problemas. Se movió pero con feo estilo. Demasiado mirón y andarín. De los de no estar ni dejar estar tranquilo. No lo estuvo Esplá, que tampoco pasó apuros. Le anduvo al principio y después se puso ligero. Sin asentarse, el toro reponía mucho.
El segundo, con el hierro del Jaral de la Mira, de procedencia Ibán fue toro encastado y de buen son, que no fácil. Presentó pelea el animal, que sin embargo metió la cara. Liria tiró de oficio y le dio sitio antes de terminar con él en los tendidos de sol, donde tantas faenas ha firmado en Madrid. Pepín expuso, echó la muleta adelante y se vivió una labor emotiva y en algún punto tensa. Puro Pepín, torero honrado. Mucho toque, mucho aguantarle y algunos muletazos buenos. En la media altura la mayoría.
La segunda parte de la corrida se fue hundiendo en un pozo sin fondo. El cuarto, muy alto, parecía un caballo. Muy distraído, manso de inicio, fue lidiado por la cuadrilla de Esplá. Le costó entrar al caballo y el alicantino apostó lo justo por él. En el tercio, lo pasó por ambos pitones. Le censuraron la colocación y el tiempo que pasó con un animal que no decía absolutamente nada.
El toro de la despedida de Pepín tuvo el mismo son. Muy bajo de raza, sin celo, parecía un mulo. Liria lo intentó entre censuras y protestas. Cuesta entender muchas veces a los mismos de siempre. Ni siquiera respetaron una trayectoria. Pepín se puso, el trabajo no fue lucido porque el animal nunca repetía y todo tuvo que ser en el uno a uno. La ovación de despedida, emotiva, puso broche a su carrera en Las Ventas. Con justicia.
Cerró plaza un toro de astifinísimos pitones. Tremenda percha. Espeluznante garfio derecho. Daba pavor hasta en el tendido. Fue otro toro manso, sin fijeza ni raza. Al tendido salió mirando casi siempre. Serranito lo intentó y porfió, pero no había material que rascar. La gente se escapaba por los vomitorios como el agua por los sumideros: a la carrera.